Expiar nuestros errores
Zenkai, hijo de un samurai, asesinó a un oficial en defensa propia. Huyó de la ciudad donde vivía y, sin recursos, se convirtió en ladrón. Años después, harto de llevar esa vida, sintió que era el momento de expiar por sus errores pasados. Resolvió entonces realizar alguna buena acción. Y así fue que llegó a un pueblo en donde un quebradizo puente sobre un peligroso acantilado había causado muchas muertes. Zenkai decidió cavar un túnel en la montaña para ayudar a todos. Durante el día, comía de las limosnas que los pobladores le daban. Durante la noche, cavaba el túnel. Después de 30 años, el túnel estaba muy avanzado y Zenkai sabía que en pocos años más terminaría su labor. Pero un buen día, llegó al pueblo el hijo de aquel oficial que Zenkai había asesinado en defensa propia. Y lo único que el joven anhelaba era vengar a su padre. – Te daré mi vida voluntariamente – dijo Zenkai. Lo único que te pido es que me dejes terminar el túnel. Cuando complete mi labor, puedes matarme. El hijo con sed de venganza decidió esperar la llegada de ese día. Pasaron varios meses y Zenkai seguía cavando incansable. El hijo entonces, cansado de no hacer nada salvo esperar la hora de su venganza, comenzó a ayudar con la excavación. Un año pasó rápidamente, y rápidamente también el hijo llegó a admirar la fuerza de voluntad, valentía y paciencia de Zenkai. Finalmente, el túnel fue terminado. Los pobladores estaban agradecidos de poder cruzar ya sin riesgo alguno. – Ahora puedes cortar mi cabeza – dijo Zenkai. Mi trabajo ha concluido. – ¿Cómo podría yo cortar la cabeza de mi maestro? – murmuró el joven con lágrimas en los ojos. Foto portada: Mr....
Conocerse a uno mismo
Un niño de la India fue enviado a estudiar a un colegio de otro país. Pasaron algunas semanas, y un día el jovencito se enteró de que en el colegio había otro niño indio y se sintió feliz. Indagó sobre ese niño y supo que el niño era del mismo pueblo que él y experimentó un gran contento. Más adelante le llegaron noticias de que el niño tenía su misma edad y tuvo una enorme satisfacción. Pasaron unas semanas más y comprobó finalmente que el niño era como él y tenía su mismo nombre. Entonces, a decir verdad, su felicidad fue inconmensurable. Maestro: no hay mayor gozo en este mundo que el de conocerse a uno mismo. Fuente: 101 cuentos clásicos de la India de Ramiro A. Calle Foto...
Impaciencia
Un estudiante preguntó a un maestro de zen cuánto tiempo le llevaría iluminarse. El maestro respondió: – Unos quince años. – ¿Qué? – exclamó el estudiante – ¿Quince años? – Bueno, para tí llevaría unos veinticinco años. – ¡Qué en mi caso llevaría veinticinco años! – Ahora que lo pienso mejor, puede que llevará cincuenta años Fuente: El despertar del zen en occidente de Philip Kapleau Foto portada: photographer padawan *(xava...
El León y la oveja
La ancestral parábola de Oriente habla de una leona que estaba saltando de una colina a otra colina y justo a la mitad dio a luz a un cachorro. El cachorro cayó en el camino por el cual pasaba un gran rebaño de ovejas. Naturalmente él se mezcló con las ovejas, vivía con las ovejas, se comportaba como una oveja. No tenía idea, ni siquiera en sus sueños, de que él es un león. ¿Cómo podía tenerla? Todo a su alrededor eran ovejas y más ovejas. Nunca había rugido como un león; una oveja no ruge. Nunca había estado solo como un león; una oveja nunca está sola. Está siempre en el rebaño; el rebaño es acogedor, seguro, confiable. Si ves ovejas caminando, caminan tan juntas que casi se están tropezando unas con otras. Tienen mucho miedo de estar solas. Pero el león empezó a crecer. Era un fenómeno extraño. Estaba mentalmente identificado con ser una oveja, pero la biología no funciona de acuerdo a tu identificación; la naturaleza no va a seguirte. Se convirtió en un león joven y hermoso, pero como las cosas sucedieron tan lentamente las ovejas también se acostumbraron al león mientras que el león se fue acostumbrando a las ovejas. Las ovejas pensaban que estaba un poco loco, naturalmente. Él no se está comportando — está un poco loco — y continúa creciendo. No tendría que ser así. Y pretende ser un león… pero él no es un león. Lo han visto desde su mismo nacimiento, ellas lo han criado, le han dado su leche. Y él no era vegetariano por naturaleza. Ningún león es vegetariano, pero este león era vegetariano porque las ovejas son vegetarianas. Él acostumbraba comer hierba con gran alegría. Ellas aceptaron esta pequeña diferencia, que era algo grande y parecía un león. Una oveja muy sabia dijo:“Es solamente un fenómeno de la naturaleza. Sucede de vez en cuando”. Y él mismo aceptaba también que esto era cierto. Su color era diferente, su cuerpo era diferente; él debía ser un fenómeno, anormal. ¡Pero la idea de que él sea un león era imposible! Estaba rodeado por todas esas ovejas, y los psicoanalistas de las ovejas le dieron explicaciones: “Tú eres sólo un fenómeno de la naturaleza. No te preocupes. Estamos aquí para cuidarte”. Pero un día un viejo león pasó y vio a este león joven muy por encima de las ovejas. ¡No podía creer lo que veía! Nunca había visto cosa tal ni había nunca escuchado en la historia de todo el pasado, que un león estuviera en medio de un rebaño de ovejas y ninguna oveja estuviera asustada. Y...
El buscador
Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador. Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco esa alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda. Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción … “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terrible mente conmocionado. Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. – No ningún familiar – dijo el buscador – ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?....
En el umbral del Año Nuevo (cuento)
Mayra Cabrera Era muy temprano cuando pidió salir a la terraza. Era todavía más temprano que otros días y subió con prisa, dejando de lado algunos pequeños achaques detectados. El aire todavía estaba claro, todavía limpio de humanos que con el correr de las horas, se irían apoderando de todos los caminos y del paisaje. La estrella de la mañana le hizo un guiño y el perro parpadeó un momento: era como si los otros le saludaran desde allá arriba. Se sentó sobre sus cuartos traseros, los orificios nasales se dilataron y la negra nariz cobró brillo. Sí, ahí estaba: olía a Fin de Año. Como todos los años desde que vivía en esa casa, realizó el ritual que todos los perros de este mundo realizan poco antes de la Nochevieja. No era exactamente un acto de contrición, porque los perros están más allá de esas complicaciones morales humanas sobre el bien y el mal. Más bien era una especie de sentarse aquí y ahora para saber qué había dejado el año moribundo y qué esperar del que iniciaba. Para muchos por desgracia era negativo, lleno de cargas pesadas infligidas por la gente, por aquellos que toman y quitan, por aquellos que no comparten esta Tierra y de a poco y de a mucho, la erosionan y envenenan de diversas formas, algunas visibles y palpables y otras con sus actos. El perro miró a la lejanía, ahí donde en el infinito se fundía con el horizonte y con los volcanes eternos. Vinieron los recuerdos de los buenos momentos, de los instantes cotidianos que suelen ser los mejores, del recibir el alimento diario y no tener que buscarlo, como en otros tiempos de penuria, hasta que las patas se arrastraban de cansancio. Era agradecer el despertar y ver el rostro amado del amo, de esperarlo día con día con ansiedad y emoción, sin importar mucho su estado de ánimo. Pensó en los compañeros que había perdido ese año, los mejores del mundo y cómo había tenido que dejarlos ir porque los animales saben bien cuándo es tiempo de dejarlo todo y cuándo es deber seguir en este plano. Aprendió también a aceptar a los que se incorporaron al clan, cosa que no le resultó fácil porque son animales que tienen otro tamaño, un olor diferente y traen consigo sus propias historias. Pensó también en los paseos, en las botellas de plástico y en los bocadillos a hurtadillas, en las travesuras y en los regaños. Todo eso contenido en ese gran saco del año que terminaba. Miró hacia la calle y vio a aquellos que todavía tenían que valérselas solos,...
 
				 
				 
				 
							 
							 
							 
							 
							
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