El murciélago buscador

Todos estamos viajando .. ¿hacia dónde? Hay seres humanos que buscan y otros que, sin inquietudes, no lo hacen.   También hay murciélagos buscadores. La búsqueda del murciélago no es fácil, porque no ve. Succede lo mismo con nosotros, los seres humanos: no vemos. Pero podemos llegar a ver. ¡Qué angustia la del murciélago buscador de nuestro cuento! Durante años llevaba intentando acercarse al sol para poder contemplar su luz maravillosa. Se lamentaba por su ceguera y sabía que si no podía ver el sol con sus ojos, podría llegar hasta él y fundirse en su calor y verlo así con los ojos del corazón. Sí, los murciélagos tienen corazón, y a veces más tierno que el de los humanos. Al borde de la extenuación, sí, pero el murciélago seguía intentándolo. Recortándose su cuerpecillo contra el vasto horizonte, subía y subía, en un intento desesperado por unirse con el sol. Y con su ojo clarividente, un asceta vio al murciélago en sus denodados intentos y le dijo: – Insignificante animal, aunque viajaras miles de años no podrías alcanzar el sol. – Desiste. – Lo que pretendes es tan absurdo como si una hormiga quisiera llegar a la luna. El murciélago respondió: – No te falta la razón. – Pero no desisitiré, jamás. – Anhelo llegar al sol, y lo intentaré de por vida. Volando sin descanso, las alas quebradas, el corazón exhausto. Eran años volando hacia el sol, ascendiendo hacia el astro poderoso. El murciélago se dijo: – ¿No me habré despistado y habré sobrepasado el sol? Una petulante ave oyó este comentario y dijo: – Necio murciélago. – Estúpido ciego. – Tú no vas a ninguna parte. – No haces otra cosa, en tu ceguera, que volar en círculos. – Sin avanzar ni un sólo centímetro. – Yo, que veo, sí podría ir al sol cuando quisiera. – Pero tú ya no tienes ánimo. – Estás abatido; la desesperación te gana. Y entonces el murciélago dijo irónicamente: – Es curioso, amiga, yo ni siquiera tengo ojos para ver en el exterior. – Tú tienes una mirada capaz de ver en el interior de los seres. – ¡Qué afortunada eres! Siquió volando, volando. Lo intentó a lo largo de toda su vida, con un anhelo inquebrantable. Murió en el intento, sí, pero cuando su pequeño cuerpo iba a precipitarseen el vacío, nada más morir, un rayo de sol lo alcanzó y lo atrajo hacia el seno del sol y se fundió con él. El ave, sin embargo, aún viendo sigue sin ver. Vuela de espaldas al sol y cada día está más distante del maravilloso disco solar. Maestro: el anhelo de libertad te conducirá a la libertad. Fuente: Cuentos espirituales del Tíbet – Ramiro A. Calle

Foto portada: tarotastic

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Author: Rincondeldo

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