La anciana que buscaba una aguja
Feb14

La anciana que buscaba una aguja

Imagen de OpenClipart-Vectors en Pixabay Hace tiempo, una anciana llamada Rabiya, muy querida en un pequeño pueblo, comenzó a buscar algo en la calle. A todos les gustaba la compañía de Rabiya, y solían contarle sus problemas porque siempre les daba buenos consejos. Las persona que la vieron, se acercaron y preguntaron: – ¿Qué buscas, Rabiya? ¡Te ayudaremos! – Oh, sois muy amables. Se me cayó una aguja. – ¿Un aguja? Será difícil, pero te ayudaremos- contentaron sus vecinos. Entonces todos empezaron a buscar la aguja, pero no encontraban nada. Entonces, preguntaron: – Rabiya, ¿no recuerdas por qué zona de la calle se cayó la aguja? La calle es muy larga y eso ayudaría a acercarnos más a nuestro objetivo. Además, está a punto de anochecer y ya no tendremos luz para buscar. – Oh, el caso es que no se me cayó en la calle, sino en mi casa. – ¿Cómo? Entonces… ¿por qué buscamos aquí algo que no podremos encontrar? – Es cierto, eso me pregunto yo… No sé por qué siendo tan inteligentes, malgastáis esa inteligencia cuando se trata de buscar la felicidad. No sé por qué andáis buscando siempre la felicidad en la calle y lejos de vosotros en lugar de buscarla donde la perdisteis… en vuestro interior. Y sonriendo, Rabiya se dio media vuelta y entró en su casa, dejando una profunda reflexión en todos sus vecinos. Fabula...

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El problema
Dic02

El problema

Un gran maestro zen se encargaba de enseñar a los jóvenes discípulos que habían llegado al monasterio. Cierto día el guardián del monasterio murió y había que sustituirlo.  Imagen de Karin Henseler en Pixabay El maestro reunió a todos sus discípulos, para escoger a la persona que tendría ese honor.  – Os presentaré un problema – dijo- Aquel que lo resuelva primero, será el nuevo guardián del monasterio.  Trajo al centro de la sala un banco y colocó encima un enorme y hermoso florero de porcelana en el que se hallaba una preciosa rosa roja.  – Este es el problema.  Los discípulos contemplaron perplejos lo que veían: los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y elegancia de la flor… ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál era el enigma? Todos estaban paralizados.  Después de algunos minutos, un alumno se levanto, miró al maestro y a los demás discípulos, caminó hacia el vaso con determinación, lo retiró del banco y lo puso en el suelo.  – Usted es el nuevo guardián – le dijo el gran maestro, y explicó- Fui muy claro, os dije que estábais delante de un problema. No importa cuán fascinantes o raros sean, los problemas deben ser resueltos.  Moraleja: Este cuento psicológico nos advierte de los peligros de quedarnos atascados en la contemplación del problema, algo que ocurre a menudo en la vida cotidiana, cuando nos quedamos rumiando sobre la situación a resolver, aplazando la solución, muchas veces por miedo. En su lugar, solo debemos aprender a afrontarlos. Debemos recordar que muchas veces el peso de los problemas irresueltos es peor que las consecuencias del mismo. Fuente: rincón de la...

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La Humildad
Oct16

La Humildad

SMU Libraries Digital Colle en Flickr Caminaba con mi padre, cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:“Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?”Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: “Estoy escuchando el ruido de una carreta…” “Eso es” -dijo mi padre- “es una carreta vacía”.Pregunté a mi padre: “¿Cómo sabes que es una carreta vacía si aún no la vemos?”Entonces mi padre respondió:“Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuánto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”. Me convertí en adulto y hasta hoy, cuando noto a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo:“Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”. La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas.Y recuerden que existen personas tan pobres que lo único que tienen es dinero.Nadie está más vacío, que aquel que está lleno del ‘Yo mismo’.Seamos lluvia serena y mansa que llega profundamente a las raíces, en silencio,...

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Reflejo de la Vida
Sep21

Reflejo de la Vida

Imagen:👀 Mabel Amber, who will one day en Pixabay Había una vez un sabio anciano que pasaba los días sentado junto a un pozo a la entrada de un pueblo. Un día pasó un joven, se acercó y le preguntó lo siguiente: Nunca he venido por estos lugares, ¿cómo son la gente de esta ciudad? El anciano le respondió con otra pregunta: ¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes? Egoístas y malvados, por eso estoy contento de haber salido de allá. Así son los habitantes de esta ciudad, le respondió el anciano. Un poco después, pasó otro joven, se acercó al anciano y le hizo la misma pregunta: Voy llegando a este lugar, ¿cómo son los habitantes de esta ciudad? El anciano le respondió de nuevo con la misma pregunta: ¿Cómo son los habitantes de la ciudad de donde vienes? Eran buenos y generosos, hospitalarios, honestos y trabajadores. Tenía tantos amigos que me ha costado mucho separarme de ellos. También los habitantes de esta ciudad son así, respondió el anciano. Un hombre que había llevado sus animales a beber agua al pozo y que había escuchado la conversación, en cuanto el joven se alejó le dijo al anciano: ¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes a la misma pregunta realizadas por dos personas? Mira, respondió el anciano, cada persona lleva el universo en su corazón. Quien no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquel que tenía amigos en su ciudad, también encontrará amigos fieles y leales en cualquier parte. Porque las personas son lo que encuentran en sí misma, y encuentran siempre lo que esperan...

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Combate del Té
Sep07

Combate del Té

Imagen de Mirko Stödter en Pixabay Una vez, un maestro de la ceremonia del té, en el viejo Japón, accidentalmente ofendió a un soldado. Se disculpó rápidamente, pero el impetuoso soldado exigió que el asunto fuera resuelto en un duelo de espada. El maestro del té, que no tenía experiencia con las espadas, pidió consejo a un amigo maestro de Zen quien sí tenía la habilidad. Mientras su amigo le servia, el espadachín Zen que no lo podía ayudar, notó cómo el maestro del té realizaba su arte con perfecta concentración y tranquilidad. “Mañana”, dijo el espadachín Zen, “cuando se enfrente al soldado, sostenga la espada sobre su cabeza, como si estuviera listo para embestir, y dele la cara con la misma concentración y tranquilidad con las cuales usted realiza la ceremonia del té”. Al día siguiente, a la hora y lugar acordados para el duelo, el maestro del té siguió este consejo. El soldado, alistándose para atacar, miró fijamente durante largo tiempo la cara completamente atenta pero tranquila del maestro del té. Finalmente, el soldado bajó su espada, se disculpó por su arrogancia, y se fue sin que un solo golpe fuera...

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Cuento para jubilados
May11

Cuento para jubilados

Luego de pasar por innumerables controles electrónicos, preguntó a un portero de uniforme azul marino con botones dorados, que sentado en una pequeña mesa hacía crucigramas: Imagen geralt en Pixabay – ¿Tiene usted la amabilidad de indicarme cual es el despacho del señor Antunez? – Por aquel pasillo verde, cuarta puerta a la derecha. – contestó lacónico el portero, sin dignarse a mirar a quien tan cortes le preguntaba. Se dirigía Don Rufino al despacho señalado, cuando se encontró con un empleado que salía de una de las dependencias más próximas. – ¿Cómo? – dijo el caballero, haciendo la más hiperbólica exclamación de asombro. – ¿Qué le trae por esta modesta casa al muy alto y poderoso señor Presidente del Tribunal Supremo de Justicia? – Un pequeño asunto – respondió Don Rufino, y ambos personajes continuaron hablando unos momentos. El portero, al escuchar las primeras palabras del dialogo, se levantó súbitamente como impulsado por un resorte, al tiempo que guardaba su crucigrama en un cajón de forma apresurada. Alcanzando a Don Rufino se plantó ante él con la cabeza tan baja, que la barbilla se le clavaba en el pecho y gimoteo. – ¡Señor, poderoso señor: perdóneme usted! Reconozco que he cometido un grave, gravísimo error; yo no sabía quien era su excelencia, le confundí con alguno de los “hombrecillos” que vienen por aquí. – ¿Qué es lo que me dice usted? – contestó atónito Don Rufino. – Perdóneme su señoría, que soy un bruto; no tengo olfato… ni visión… acepte mis disculpas. – Pero… ¿que dice buen hombre? ¡si no me ofendió en nada!, además no soy lo que se figura. Lo he sido; pero ahora no soy más que un modesto jubilado. – ¿Un jubilado? – exclamó el portero, abandonando su pose sumisa. – Por aquel pasillo verde, cuarta puerta a la derecha. ¡Ah! y ¡pida permiso para entrar! (Este relato, pertenece al libro «Huevos Fritos» del escritor Francisco Ponce...

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