El Saco de Clavos

Cuenta una vieja leyenda budista que un niño tenía mal genio. Su padre, un viejo sabio, le dio un saco de clavos diciéndole que cada vez  que perdiese la paciencia debería clavar un clavo detrás de la puerta. El primer día, el niño clavó treinta y siete clavos. A medida que iba aprendiendo a controlar su carácter, clavaba menos clavos. Con el tiempo, descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta. Llegó el día en que pudo controlar su genio durante toda una jornada. Después de contarle a su padre lo sucedido, este le aconsejó que retirase un clavo cada día que consiguiese dominar su genio. Los días pasaron y, finalmente, el joven pudo anunciar a su padre que ya no quedaban más clavos detrás de la puerta. Su sabio padre lo tomó de mano y, llevándolo hasta la puerta, le dijo: Hijo mío, advierto que has trabajado duro, pero observa ahora todos esos agujeros que hay en la puerta, Ya nunca más será la misma. Cada vez que pierdes la paciencia y te dejas llevar por la ira, dejas cicatrices exactamente como las que vez aquí. Puedes insultar a alguien y retirar el insulto, pero dependiendo de la forma cómo hables podrás resultar devastador, y la cicatriz de tus palabras quedará para siempre. Una ofensa verbal puede resultar tan dañina como una ofensa física. Una persona encolerizada está llena de un poderoso veneno generado por ella misma. Si no encuentra en dónde derramarlo, lo hará dentro de sí misma. Aquel que aplica un castigo estando lleno de ira no corrige, sino que se...

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El ladrón de conocimiento
Ago29

El ladrón de conocimiento

Yang Lu Chan nació al comienzo del siglo XIX en el seno de una familia de campesinos. Desde joven no tenía más que una pasión: el Shuan-Shu, el arte del puño. Desde su infancia, frecuentó asiduamente las escuelas de artes marciales de su provincia y muy pronto alcanzó el rango de un experto de gran reputación. Pero los estilos que había practicado hasta entonces no le satisfacían. Sabía que desde la destrucción del monasterio de Shaolin, el arte del puño había lentamente degenerado en un método de combate que daba demasiada importancia a la técnica y a la fuerza muscular. A pesar de su búsqueda por todos los rincones de su provincia, Ho Pei, no conseguía encontrar un Maestro susceptible de enseñarle un arte más profundo que le condujera a la Vía de la armonía. Su desesperación llegó a su término cuando oyó hablar del Tai Chi Chuan, arte que empezaba a ser popular en otra provincia, Honan. Abandonando a sus padres y amigos, Yang emprendió un viaje a pie de más de 800 km. para dirigirse a la patria del arte que deseaba estudiar. Aprovechando un momento de oportunidad entró en los círculos cerrados de practicantes de Taichi. En el curso de sus conversaciones con ellos, un nombre volvía continuamente a su mente: el del Maestro Chen Chang Hsiang. Este hombre pasaba por tener el «Kung Fu» más perfecto de su época. Desgraciadamente enseñaba exclusivamente a los miembros de su familia, en el más estricto secreto. Yang pensaba que después de un viaje tan largo tenía que estudiar con el mejor Maestro. Hábilmente consiguió interesar en casa de la familia Chen como criado. De esta manera, cada día se las arreglo para espiar secretamente el entrenamiento familiar bajo la guía del patriarca. Cuidadosamente disimulado, observaba atentamente los movimientos, bebía las palabras y los consejos del Maestro. Después, durante la noche, cuando todo el mundo dormía, se ejercitaba en hacer lo que había visto durante el día y pulía incansablemente los encadenamientos de movimientos que había aprendido los días precedentes. Su espionaje continuó durante varios meses sin despertar sospecha… hasta que un día fue descubierto. Inmediatamente fue conducido delante del Maestro Chen. Se esperaba lo peor. En efecto, el anciano parecía muy enfadado. El tono de su voz dejaba ver una cierta irritación. – Y bien, joven, parece que has abusado de nuestra confianza. Usted se ha introducido aquí con el único objetivo de espiar nuestra enseñanza, ¿no es verdad?. – Efectivamente – confesó Yang. – No se aún lo que vamos a hacer con Vd. Mientras tanto siento curiosidad por ver que es lo que ha aprendido en...

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Frases para pensar: Alegría
Ago19

Frases para pensar: Alegría

Busca en la alegría una manera de expresar tus sentimientos y verás lo gratificante que es. Comencemos con mucha alegría, sigamos con una sonrisa y terminemos con carcajadas para alimentar nuestras almas. Cuándo las ganas de reir estén ausentes, recuerda uno de los mejores momentos de tu vida, y dejalo correr por las calles de tu mente… Cuando naciste, tú llorabas y todos a tu alrededor sonreian; vive tu vida de manera que cuando mueras, tú sonrías y todos a tu alrededor lloren. Cuando saltes de alegría, cuida de que nadie te quite la tierra debajo de los pies. Dar alegría es el regalo más hermoso que se puede dar a la persona que quieres. Dolor compartido, mitad del dolor. Alegría compartida, doble alegría. El hombre se complace en enumerar sus pesares, pero no enumera sus alegrías. Entre todas las alegrías, la absurda es la más alegre; es la alegría de los niños, de los labriegos y de los salvajes; es decir, de todos aquellos seres que están más cerca de la Naturaleza que nosotros. La alegía soy yo La alegría continua es la prueba más clara de sabiduría. La alegría es aquello que no ocupa lugar alguno y sin embargo lo llena todo a su alrededor. La alegría es el sentimiento más humilde y más fabuloso que puede sentir una persona hacia otra o hacia algo especial… nunca dejes de sentirlo. La alegría es el sonido del alma. La alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro. La alegría está en el corazón de aquel que conoce el amor. La alegría nos ayuda a vivir...

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El Secreto de la Eficacia

Ito Ittosai, incluso después de haberse convertido en un experto y en un profesor famoso en el arte del sable, no estaba satisfecho de su nivel. A pesar de sus esfuerzos, tenía conciencia de que desde hacia algún tiempo no conseguía progresar. En efecto, los sutras cuentan que el Buda se sentó bajo una higuera para meditar con la firme resolución de no moverse hasta que no recibiera la comprensión última de la existencia del Universo. Determinado a morir en ese mismo sitio antes que renunciar, el Buda realizó su voto: despertó la Suprema Verdad. Ito Ittosai se dirigió pues a un templo con el fin de descubrir el secreto del arte del sable. Durante 7 días y 7 noches estuvo consagrado a la meditación. Al alba del octavo día, exhausto y desalentado por no haber conseguido saber algo más se resignó a volver a su casa, abandonando toda esperanza de penetrar el famoso secreto. Después de salir del templo tomó una carretera rodeada de árboles. Cuando apenas había dado unos pasos, sintió de pronto una presencia amenazante detrás de él y sin reflexionar se volvió al mismo tiempo que desenvainaba el sable. Entonces se dio cuenta que su gesto espontáneo acababa de salvarle la vida. Un bandido yacía a sus pies con un sable en la...

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Aprendiz de Samurai
Ago19

Aprendiz de Samurai

Hoy era un día feliz para Kan, hoy cumplía 12 años y su padre había prometido concederle el mayor de los tesoros. Una espada de Samurai. Naturalmente no sería una espada de doble diamante como la de su padre, sería una sencilla espada katana. Lo demás habría de ganárselo por si mismo. Era un inmenso honor el que le hacía su padre. A partir de ahora dejaba de ser un niño para convertiste en todo un aprendiz de Samurai. Un brillante futuro se presentaba por delante si estaba dispuesto a aprender y a trabajar. Y kan lo estaba desde lo más profundo de su corazón. Su padre Kazo estaba frente a él, solemne e imponente como era natural en su persona. El anciano Samurai aparentaba mucha menos edad de la que realmente tenía, solo su larga cabellera blanca y unos ojos llenos de sabiduría rebelaban su verdadera edad. Su armadura de General Samurai reflejaba los dorados rayos del sol como si fuera de oro mientras que los dobles diamantes engastados en la empuñadura de su propia espada katana formaban un doble arco iris enlazado en su base. Kazo había luchado mil batallas y formado a cientos de Samuráis, y por fin hoy iba a instruir a su propio hijo. Un acontecimiento que llevaba esperando desde hace doce años. En sus manos sostenía la futura katana de su hijo, un arma poderosa que debía usarse con sabiduría. Kan debía entender que lo más importante de un Samurai no era su arma, sino su sabiduría y su honor. La cara de Kan resplandeciente de honor y gozo al recibir su espada, llenó el corazón de su padre de un orgullo como nunca antes había sentido. Ahora ya era oficial, el joven aprendiz había superado todas las sutiles trampas que se le habían tendido y por sus propios méritos se había convertido en uno más del clan. Esa misma noche, después de las celebraciones y las risas, padre e hijo se sentaron juntos alrededor de la hoguera. La noche era cálida y en el cielo lucían las estrellas como luciérnagas en un estanque, la Luna llena brillaba con fuerza, como si quisiera arropar al joven Samurai con sus rayos de luz. – Hijo mío – La voz de Kazo era grabe, relajante y penetrante como las caricias de una madre – Hoy has dado un paso muy importante en tu vida. Has dejado de ser una persona normal, has dejado el bosque para introducirte en el camino de la vida por el sendero del Samurai. Has superado la trampa invisible que tienden los fantasmas del miedo y del fracaso. Nunca luches contra...

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Miau
Jul22

Miau

Un samurai, feroz guerrero, pescaba apacilemente a la orilla de un río. Pescó un pez y se disponía a cocinarlo cuando el gato, oculto bajo una mata, dio un salto y le robó su presa. Al darse cuenta, el samurai se enfureció, sacó su sable y de un golpe partió el gato en dos. Este guerrero era un budista ferviente y el remordimiento de haber matado a un ser vivo no le dejaba luego vivir en paz. Al entrar en casa, el susurro del viento en los árboles murmuraba miau. Las personas con la que se cruzaba parecían decirle miau. La mirada de los niños reflejaba maullidos. Cuando se acercaba, sus amigos maullaban sin cesar. De noche no soñaba más que miaus. De día, cada sonido, pensamiento o acto de su vida se transformaba en miau. El mismo se había convertido en un maullido. Su estado no hacía más que empeorar. La obsesión le perseguía, le torturaba sin tregua ni descanso. No pudiendo acabar con los maullidos, fue al temploa pedir consejo a un viejo maestro Zen. – Por favor, te lo suplico, ayúdame, libérame. El Maestro le respondió: – Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? Si no puedes vencer por ti mismo los miaus, mereces la muerte. No tienes otra solución que hacerte el haraquiri. Aquí y ahora. – Y añadió: Sin embargo, soy monje y tengo piedad de ti. Cuando comiences a abrirte el vientre, te cortaré la cabeza con mi sable para abreviar tus sufrimientos. El samurai accedió y, a pesar de su miedo a la muerte, se preparó para la ceremonia. Cuando todo estuvo dispuesto, se sentó sobre sus rodillas, tomó su puñal con ambas manos y lo orientó hacia el vientre. Detrás de él, de pie, el Maestro blandía su sable. – Ha llegado el momento -le dijo-, empieza. Lentamente, el samurai apoyó la punta del cuchillo sobre su abdomen. Entonces, el maestro le preguntó: – ¿Oyes ahora los maullidos? – Oh, no, ¡Ahora no! – Entonces, si han desaparecido, no es necesario que mueras. Maestro: En realidad, todos somos muy parecidos a ese samurai. Ansiosos y atormentados, miedosos y quejicas, la menor cosa nos espanta. Los problemas que nos preocupan no tienen la importancia que les otorgamos. Son parecidos al miau de la historia. Ante la muerte, ¿qué cosa hay que importe? Fuente: tradicional Zen, autor...

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