La belleza no se contempla, se encarna
«Provervio zen”
Este fin de semana impartí un curso sobre los Okuden en el Karate y al finalizar como colofón me invadió la irresistible necesidad de hablar sobre la belleza y lo que, para mí, para nosotros como guerreros significa. Como decía el maestro Mabuni, Kenwa “La técnica debe ser útil, tener ritmo y fluidez, y con esta combinación nace la belleza”.
En el camino del guerrero, la belleza no es un adorno, sino una forma de verdad.
El gesto bello no busca agradar: surge cuando el cuerpo, la mente y el espíritu se alinean con un mismo ritmo interior.
Entonces, el movimiento se vuelve auténtico, y la autenticidad —como decía Lao Tse— es la raíz de toda belleza.
«La belleza y la fealdad son una misma raíz. Solo quien ve con el corazón, comprende su unidad»
LAO TSE, TAO TE CHING
El guerrero que ha comprendido esto no busca la perfección formal, sino la armonía.
Cuando el espíritu se aquieta, la forma se ilumina.
Para Don Juan Matus, maestro de Carlos Castaneda, la belleza está ligada a la impecabilidad del acto.
El guerrero sabe que su tiempo es breve y que cada acción puede ser la última; por eso la ejecuta con atención total.
Esa presencia absoluta convierte cada gesto en algo hermoso, porque nace del respeto a la vida.
«Un guerrero actúa como si supiera que cada instante fuera el último. Su acto es impecable y, por tanto, hermoso»
Carlos Castaneda
La belleza no se persigue: aparece cuando se actúa sin residuos de duda o miedo.
Cuando el movimiento brota desde la pureza interior, todo lo que el guerrero hace tiene una luz propia.
En el Chikung y el Karate, la belleza se revela cuando la energía (Ki) fluye sin bloqueo.
No es cuestión de estética, sino de presencia. El cuerpo que respira desde el hara se mueve con naturalidad, y esa naturalidad es el signo de la unión con la vida.
«Cuando estás presente en lo que haces, surge una belleza que no pertenece a este mundo. No la haces tú, ella te atraviesa.»
Osho
El guerrero que se mueve desde el centro —sin esfuerzo, sin tensión— encarna esa belleza invisible que transforma el espacio.
El dojo se convierte en un lugar de energía viva, donde el movimiento deja huella en el aire.
El verdadero guerrero ve la belleza incluso en el conflicto. No porque busque la lucha, sino porque reconoce en ella una manifestación del orden universal. En la tensión hay equilibrio; en la confrontación, aprendizaje.
El Tao enseña que todo nace del equilibrio entre el Yin y el Yang, y el guerrero que comprende esto se mueve como el agua: firme, flexible y silencioso. Para él, el adversario no es enemigo, sino un espejo donde se pule el espíritu. La belleza del combate está en la comprensión, no en la victoria.
Cuando el cuerpo y el espíritu se funden, la acción más simple —un saludo, una respiración, una mirada— puede contener toda la perfección del universo. La belleza, entonces, es la forma visible del equilibrio invisible.
«Cuando el espíritu está en armonía con el cosmos, el cuerpo se mueve como una ola del océano.»
Morihei Ueshiba
Hablando el otro día con “un amigo del alma”, de la inmensidad del universo, de las estrellas, los planetas, las galaxias, coincidíamos en que la vastedad del cosmos despierta una forma de belleza que nos sobrecoge. Es la belleza de lo sublime, esa que nos recuerda nuestra pequeñez y al mismo tiempo nos conecta con algo inmenso. En la contemplación del universo, el espíritu humano se eleva porque percibe un orden, una armonía, una música silenciosa que resuena en nosotros.
La belleza se convierte en destino del alma: en la huella que deja la verdad cuando el hombre ha aprendido a vivir en armonía. La belleza es la firma del espíritu. Aparece cuando el guerrero deja de luchar contra la vida y se entrega a su ritmo. Su camino ya no es conquista, sino contemplación. En este sentido, la belleza es más que un adorno: es un vehículo de trascendencia.
“Cuando el espíritu está sereno, todo acto se vuelve bello.”
El verdadero guerrero no destruye: armoniza.
No impone: comprende.
Y en esa comprensión encuentra lo más profundo del arte del guerrero: la belleza como elevación del espíritu humano. Y aunque cambie según los ojos que la miran, siempre tiene el poder de abrirnos una puerta hacia lo más alto.
Quizás por eso, en el fondo, buscar la belleza es también buscar el sentido. Porque al contemplar lo bello nos descubrimos mejores, más plenos y más cercanos a lo que verdaderamente somos.
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