Neurociencias en la educación. Más simple y disponible de lo que imaginamos.

Cada vez se recurre a más a las neurociencias dentro del proceso de educación y enseñanza de los alumnos, sin importar la materia que corresponda.

Esa es una decisión muy acertada, por cuanto, al ser el cerebro (con sus funciones corticales) el órgano encargado de controlar todo el funcionamiento del cuerpo, debe ser el primero en ser estimulado, para que propicie la reacción en cadena que tendrá como producto final un aprendizaje significativo.

Pero muchas veces no se logra (o no se aplica) la estimulación neuronal, al asumir que para ello se precisa exclusivamente de complicados procesos de intervención a los cuales no todos tienen acceso o dominio.

No obstante, por el contrario, dentro de los procesos incluidos en la sesión de clase, ya están previstas acciones para facilitar la adquisición de conocimientos, y que parten de las neurociencias.

El cerebro, de manera inconsciente e involuntaria, tiende a preconcebir representaciones de la información que recibe, como parte inicial del proceso de comprensión. Por ejemplo, si se le dice a una persona que se le invitará a comer una torta de chocolate, inevitablemente en su mente se imaginará algo redondo de color marrón (carmelita).

Esa inducción psíquica es la que debe (tiene) que utilizarse dentro del proceso de enseñanza, para predisponer positivamente (estimular) las funciones neuronales en favor del aprendizaje del alumno. Ese efecto se logra en dos momentos de la clase, que se concretan en la explicación de los objetivos a cumplir a corto y mediano plazo (y las tareas a realizar para ello).

En un contexto ideal, una sesión de clase debe (tiene que) comenzar por la recuperación de los saberes previos, no solo para “refrescar” la memoria, sino para articular el conocimiento ya dominado con el que está por dominar, porque solo de ese modo se completa el proceso que permite su óptima utilización.

Ese proceso previo da paso a la primera acción directamente relacionada con la sesión de clase del día, que consiste en hacer conocer al alumno acerca de qué se espera de él durante la actividad, y qué debe hacer para lograrlo.

Este importantísimo momento (con efecto similar al ejemplo de la torta de chocolate) es el que induce (inconsciente e involuntariamente) al alumno a pensar en lo que le espera durante los próximos minutos, y (también inconsciente e involuntariamente) preparará su cerebro y su cuerpo para hacerlo. De no hacerlo se limita grandemente el efecto del proceso de aprendizaje, ya que comenzar a realizar una actividad sin conocerla previamente, obliga a que se presenten de manera paralela los procesos psíquicos de familiarización y aplicación (que naturalmente se sucede uno después del otro), lo cual el aprendizaje tanto cuantitativamente (porque los primeros minutos de la actividad no son productivos ya que se destinan a comprenderlas más que a realizarla), como cualitativo, ya que por realizar la actividad con menos tiempo disponible y con una inadecuada preparación previa, se disminuyen los beneficios a lograr.

La misma situación se presenta al final de la clase cuando, luego de las preguntas de control para retroalimentar la información y comprobar los niveles de aprendizaje del día; se plantean los objetivos y tareas para la próxima clase, induciendo igualmente al alumno (inconsciente e involuntariamente) a que construya representaciones mentales asociadas a esa información, predisponiéndose positivamente para ese aprendizaje, lo cual garantiza de antemano que más de la mitad del trabajo se “haga por sí solo”. Es una acción muy simple que parte de las neurociencias y que solo demanda de pocos minutos en la clase, pero que ahorra al docente casi la mitad de su trabajo y le aporta casi el doble de los beneficios a los alumnos.

Cabe destacar que este planteamiento es válido tanto para enseñar las ecuaciones en una clase matemáticas, la concepción del mundo en una clase de ciencias, la preparación de un pollo rostizado en una clase de chef, la forma de agarra el pincel en una clase de pintura, o el modo de ejecutar un suki en una clase de karate por solo mencionar algunos.

Imagen de Sabine Zierer en Pixabay

Roberto Gonzalez Harambouren

Author: Roberto Gonzalez Harambouren

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